El viento con su alegría,
la tarde echada en la hierba,
el horizonte que observa sin ojos la lejanía.
El río, su algarabía destejida, alucinante.
El abrazo palpitante, irrepetible, añorado.
El amor del otro lado sobre el silencio … distante.
El viento con su alegría,
la tarde echada en la hierba,
el horizonte que observa sin ojos la lejanía.
El río, su algarabía destejida, alucinante.
El abrazo palpitante, irrepetible, añorado.
El amor del otro lado sobre el silencio … distante.
Vuelvo a la niñez, oteo
los rincones del pasado
y un rostro pasa apurado
ante mi ojos. Braceo
entre las sombras. Peleo
contra la nostalgia fiera.
El tiempo es enredadera
que me ahoga. Pierdo el alba.
Grito; pero nadie salva
mis recuerdos de la hoguera.
Ha pasado un hombre que ignora la lluvia
el jadeo incesante del agua entre las grietas
En el imperio del retiro donde sobreviven los ausentes
el rumor de la lluvia es un fantasma
un fuego fatuo de la otredad que padecemos
Sólo los niños reconocen que afuera llueve
que hay un mundo que estalla entre las nubes
cuando pasa el relámpago rasgando las cortinas de la tarde.
Ha pasado un hombre con los ojos cerrados
las manos extendidas hacia las sombras del abismo
ignorando que un perro solitario hace añicos
los breves espejos de la tierra
Sólo los niños saben que el tren
de la lluvia atraviesa ciudad
y otra vez el relámpago y el trueno
cruzan por nuestros rostros insensibles
mientras afuera toda el agua del mundo
danza sobre las calles.
Esta ciudad que no me pertenece
deja abierta sus calles al olvido,
esta ciudad cercada por el ruido
y una cruz sobre el cielo que amanece.
Esta ciudad en gris donde he tendido
las manos infalibles del poema,
hinca mi piel salvaje, en el dilema
de estar adentro y ser el perseguido.
Esta ciudad de parques y bullicio,
donde la aurora anuncia su promesa,
irrumpe en las fronteras de la historia.
Esta ciudad que salva el precipicio,
se defiende del tiempo y vuelve ilesa
para dejar su huella en mi memoria.